jueves, 29 de enero de 2015


El valor del tiempo



miércoles, 7 de enero de 2015

Naces solo y mueres solo, pero preferiblemente, vive acompañado

Cuando las cosas van bien, cuando van rodadas, todo parece tener unos colores más llamativos, y en cierta forma todo lo ves magnificado. Das cosas por supuestas y las agujas del reloj avanzan incesantes sin necesidad de ayuda alguna.

Por lo contrario, cuando las cosas no van como quisieras, cuando se te juntan varios escollos que no te ves capaz de saltar, todo cambia. Debes dar cuerda al reloj y no te ves con fuerzas, y los días acontecen más grisáceos de lo normal. Es entonces cuando te hace falta una mano para tener más fuerza para ese reloj y para pintar los días.

Pero en ese momento, hay veces que te sientes solo. No encuentras ese respaldo incondicional, alguien que sea capaz de agarrarte del brazo hasta antes de que tropieces, que antes de que le digas nada ya sabe lo que te pasa y te haya dado ya el primer empujón incluso antes de que tú te hayas dado cuenta de que te pasa algo. Que te arranque de casa con cualquier excusa, y que para él el mañana sea demasiado tarde. Que por mucho que esté de tu lado o que no respalde tu decisión, sea capaz de animarte y de darte todo su apoyo y toda aquella fuerza que a ti te falta en ese momento, para que puedas lograr o realizar aquello que sabes que tienes que hacer pero que no te ves capaz.

Cuando eso sucede, cuando la soledad es tu única aliada, todo se hace más cuesta arriba. Y aunque tu reloj siga sin cuerda, la vida sigue, y esas grietas van calando cada vez más adentro de las rocas, esperando irremediablemente otra ola que las sacuda y les arranque otra pequeña parte de ellas mismas.

A veces, a menudo, siempre, lo más importante es tener a alguien que te haga llegar donde tu no puedes sin necesidad de articular palabra alguna, única y exclusivamente porque le importas.